Buenas!
Hoy vamos a iniciar, o al menos lo vamos a intentar (ya les explicaré más adelante) una nueva sección: books + food. Y nos estrenamos hoy con un libro que le regalé al señor Tartufo las navidades pasadas: El vasco que no comía demasiado (que no es el caso).
Quien conozca bien al señor Tartufo sabe que regalarle un libro es algo complicado. Vayamos por partes, al señor Tartufo le encantan los libros, pero no todos pasan su corte. Le maravillan los libros de gastronomías (los temáticos y los de “alta cocina”), le gustan también los libros de cine o los de música. Le gustan los libros enormes, con buenas fotografías y mejores recetas. Y si se trata de intentar leer, le gustan los libros de Stephen King, los de Ken Follet y la famosa trilogía de J. R. Tolkien.
Sin embargo es incapaz de leer un libro de principio a fin. Es capaz de coger un libro enorme, leerlo hasta la mitad y quedarse para siempre sin saber el final o esperando a que alguien se lo cuente o, en el peor de los casos, ver la adaptación de turno en forma de película o serie de televisión y acabar así para siempre con toda la magia.
Con semejante panorama, más de uno se preguntará cómo se me ocurre seguir regalándole libros al señor Tartufo. Pues bien, no pierdo la fe. Yo se que finalmente se leerá un libro entero. Mi madre lo logró con mi padre, que a sus 49 años, no hace demasiado que leyó voluntariamente el primer o segundo libro completo de su vida. Solo es cuestión de insistir y de encontrar algo que le enganche de verdad.
Hasta entonces, y un poco a su costa, me voy haciendo con un arsenal de libros que acabo leyendo yo. Además, mientras leo estos libros que compro para él, le voy resumiendo lo que leo cada día. Poniendo todo el entusiasmo en lo interesante, divertido o intrigante que me parece el libro en cuestión y haciendo hincapié en lo maravilloso del mundo de la lectura y lo que se pierde por su falta de constancia. Todo se andará!
Compré este libro al poco de salir a la venta. Mi madre, gran amante de la lectura, había leído una crítica y me lo había recomendado. Vale, que vamos a lo fácil: una novela de un escritor vasco, ambienta en la gastronomía en el País vasco… blanco y en botella… un regalo ideal para un cocinero vasco.
Pues bien, con este libro en cuestión me pasó como con el resto, y acabé leyéndolo yo. He de confesar que desde que nació Lucia tuve que abandonar mi afición por la lectura. Me resultaba incompatible cuidar de mi hija y leer. A decir verdad, el señor Tartufo había comenzado a leer Los pilares de la tierra, cuando me quedé embarazada, y leíamos juntos en la cama cual pareja bohemia, pero cuando nació la enana todo eso se acabó.
Soy de esas personas acostumbradas a leer de noche pero cuando la niña se dormía, yo caía detrás agotada. Afortunadamente he podido retomar este vicio tan sano, porque la niña ya es mayor y porque algo bueno debe tener estar en el paro y tener más tiempo.
Después de tanta introducción, vamos con una pequeña y siempre respetuosa, aunque poco profesional (ya que probablemente se parecerá más de la cuenta a las fichas bibliográficas que hacía en mis años de instituto y universidad), crítica del libro.
TEROL GOICOECHEA, ÓSCAR, EL VASCO QUE NO COMÍA DEMASIADO, Madrid, noviembre de 2011.
Carlos Zabala es un treintañero donostiarra acostumbrado a comer demasiado bien para el año en el que vive: 2049. Los chinos han “invadido” la gastronomía y la comida, tal y como la conocemos hoy, queda relegada a unos pocos valientes, vascos en su mayoría, que luchan y se defienden contra tal ocupación.
La familia Zabala regenta uno de los pocos restaurantes que quedan que no son propiedad de los asiáticos. Su futuro depende de la perpetuación de la receta que los ha hecho famosos: la TARTA DE QUESO de la abuela. Pero la señora se niega a compartir su legado con su familia.
En la búsqueda de tan ansiada receta, Carlos se verá inmerso en una vorágine de acontecimientos que cambiarán su vida y su persona y que le harán replantearse el arte de cocinar.
Oscar Terol, escritor y guionista, además de novelista. Refleja en sus obras la personalidad del hombre y mujer vascos sin tener el más mínimo cuidado de caer en clichés (nótese que lo digo como un alago). Obsesionado quizás con su condición de habitante de dicho lugar, la totalidad de sus libros (al menos hasta donde alcanzan mis conocimientos) rondan en torno a la personalidad y costumbres de los vascos.
Y ahora vamos con un análisis un poco más personal. Para una mujer como yo, que vive con un hombre vasco que además es cocinero (y esto me suena a redundancia), leer este libro es lanzar una carcajada o asentir con la cabeza aproximadamente cada 10 minutos.
Una novela cargada de humor e ironía, cuyo estilo me ha recordado muchísimo al de mi autor favorito (Eduardo Mendoza) y que me ha encantado leer. Me voy a permitir “rescatar” algunos párrafos del libro que, desde mi punto de vista, son dignos de mención.
“La degustación póstuma fue un ritual de sabor agridulce, como si fuera el beso de despedida de una relación sentimental (…) Había comido miles de veces aquella tarta, pero justo en ese momento descubrí que era lo que representaba para mí aquel manjar: era como comerse una teta llena de leche con azúcar ante la mirada sonriente de la madre.”
“… la cocina es un grado, un gramo y un segundo”
“Hay un recuerdo que me viene una y otra vez a la cabeza: es la imagen de mi madre mirando desde detrás del cristal de la puerta de la cocina para ver qué efecto provocaba su tarta de queso en los clientes. Cuando ella veía que cerraban los ojos y olvidaban la conversación, sonreía y seguía con sus quehaceres. Me ha costado una vida entera y parte de las vidas de mi seres queridos valorar ese detalle”.
Leer este libro me ha hecho reafirmarme en mi opinión de que no es buen cocinero el que sabe seguir una receta al pie de la letra cual fórmula matemática. La cocina es algo más, es un don y es amor, amor a lo que haces y para quién lo haces. Y deseo, deseo por hacer lo que te gusta y hacerlo bien. Y que a aquel al quien le sirva de alimento, reciba la pasión que uno a puesto en elaborarlo.
Sobre la receta de la tarta de queso de la abuela, no hay demasiada información. De la lectura del libro se deduce que lleva harina, mantequilla, nata, azúcar y queso. Y que cuando sale del horno es como si se apareciera un ángel caído del cielo… sublime. Además al final del libro, Terol nos muestra una receta de tarta de queso (con base de galleta y relleno tipo mousse) que seguro que está buenísima pero que no es la de la abuela… a mi no me engaña.
Así que nos hemos puesto a pensar y esto es lo que nos ha salido: una base de galleta y una mousse de queso, y todo junto al horno. No se si sería así la tarta de la abuela de Carlos pero desde luego para nosotros comerla ha sido como beber de la teta de una madre.
Tarta de queso (El vasco que no comía demasiado) |
Ingredientes:
1/2 kg de queso crema
250 gr de nata
4 huevos
200 gr de galletas María
100 gr de mantequilla en pomada
200 gr de azúcar
1/2 sobre de levadura química
20 gr de harina
Elaboración:
Precalentamos el horno a 200º centígrados, con calor arriba y abajo y la bandeja en la posición central.
Comenzamos haciendo la base de la tarta. Para ello trituramos las galletas y las mezclamos con la mantequilla hasta obtener una masa grumosa (parecida a la arena gruesa mojada).
Encamisamos el molde que vayamos a utilizar. Nosotros usamos un molde redondo desmontable de 24 cm de diámetro y de suelo bajo (2 cm).
Repartimos la masa de galletas por el suelo del molde y por los bordes, cuidando que quede repartida uniformemente y reservamos.
Ahora vamos con la mousse de queso. Para ello cascamos los huevos y los ponemos en un recipiente junto con el azúcar. Batimos con la varilla hasta que esté espumoso.
Añadimos el queso y volvemos a remover hasta que esté integrado. A continuación agregamos la nata y volvemos a remover.
Por último incorporamos la harina mezclada con la levadura y removemos hasta que se haya integrado por completo.
Vertemos la mezcla sobre la base de la tarta, cuidando que se reparta uniformemente y que quede por debajo del borde.
Introducimos la tarta en el horno y cocinamos hasta que la superficie quede dorada (aproximadamente 15 ó 20 minutos).
Sacamos del horno y dejamos reposar unos minutos sin desmoldar.
Esta tarta de queso se puede comer tibia o fría (de la nevera).
Qué aproveche!
*Nota: a nosotros nos sobró mousse de queso y la aprovechamos poniéndola en otro molde (también encamisado pero sin base de galleta) y los horneamos juntos. El resultado fue una especie de flan de queso que también estaba delicioso.
*Nota: por razones téctinas, totalmente ajenas a nuestra voluntad, esta receta no incluye las fotos del paso a paso.