Buenas!
La Semana Santa (o la Santa como dice la enana) ya ha pasado y, además del cansancio propio que dejan como resaca los días festivos, nos ha traído una triste noticia, el fallecimiento de Gabriel García Márquez.
Siento una tristeza similar a la que ya sentí hace (casualidades del destino) justo un año cuando murió José Luis Sampedro.
Ya he contado en otras ocasiones mi pasión por leer lo que sea y cuando sea, la misma que siento por escribir, que es sin duda el medio en el que mejor me expreso y con el que más cómoda me siento.
De García Márquez se pueden decir muchas, esas que dicen todos: premio Nobel de literatura, doctor honoris causa de la universidad de Columbia,... Pero yo prefiero contar como llegó su obra hasta mi.
Allá por los años de "Maricastaña" cuando estudiaba la E.S.O. (si estudié la E.S.O y no me avergüenza reconocerlo) tenía unos profesores que aún no se había hecho a la idea y que daban clase como si aquello fuera BUP. Por esa razón teníamos que leer varios libros cada curso y para ello nos entregaban un listado enorme de grandes obras que nos recomendaban (creo que esto ya lo he contado antes). Pues bien, ahí empezaba la carrera a la biblioteca, todos buscaban los libros más llevaderos o simplemente los que tuvieran menos páginas y así quitarse aquel martirio lo antes posible de encima.
Yo sin embargo me di cuenta de que aquel listado era todo un tesoro, que allí había libros que mi madre me había contado que leyó cuando tenía mi edad y que le habían marcado y yo también quería eso. Así que comencé a sacar libros de la biblioteca como loca. Iba autor por autor, intentando no dejar ninguno atrás (siempre que me fuera posible). Así devoré obra maestras como 100 años de soledad (la que le otorgó todo el reconocimiento), el otoño del patriarca (su obra más compleja, maravillosa), crónica de una muerte anunciada (situada en la Lista El Mundo de los mejores 100 libros en español), El amor en los tiempos del cólera (entre otras cosas es el libro favorito de Ted Mosby en la serie Cómo conocí a vuestra madre y el que está leyendo cuando la conoce) pero yo tengo que confesar que el libro suyo que más me gustó fue Memoria de mis putas tristes, uno de los últimos libros que escribió, uno que me leí por que sí, sin que ya apareciera en ningún "obligatorio" listado. Así pues les dejo con su primer párrafo y me despido.
"El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía alguna novedad disponible. Nunca sucumbí a esa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás."
Por cierto, la receta de hoy es un guiso de verdura, una alubias (la mitad de unos Moros y Cristianos porque le falta el arroz), que alimentan el cuerpo y el alma, al igual que un buen libro.
"Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años". |
Ingredientes:
250 gr de alubias de Tolosa
Dos cebollas
Una zanahoria
3 dientes de ajo
1/2 cucharadita de pimentón dulce
Aceite de oliva
Sal
Elaboración:
Como siempre que se trata de legumbres secas, debemos dejar las alubias en remojo la noche antes. Al día siguiente, cuando vayamos a cocinarlas, escurrimos el agua y las lavamos un poco bajo el chorro de agua fría.
Ponemos una olla con agua (o caldo de carne o verdura) al fuego e incorporamos las alubias y el atadillo (dejaremos cocer a fuego medio). Mientras tanto pelamos y cortamos las cebollas y la zanahoria en brunoise (lo más pequeñito posible) y lo añadimos todo al guiso. Dejamos cocer durante aproximadamente media hora (o hasta que las alubias estén tiernas pero sin que lleguen a romperse). Rectificamos de sal.
Pelamos los ajos y los cortamos muy pequeñitos. Ponemos una sartén al fuego con un chorrito de aceite de oliva y hacemos un pequeño sofrito con los ajos. Cuando estén dorados, apartamos la sartén del fuego y añadimos el pimentón. Rápidamente agregamos un poco del caldo de las alubias para cortar la cocción y que el pimentón no se queme. Incorporamos el sofrito al guiso, rectificamos de sal, añadimos un chorrito de aceite de oliva en crudo y dejamos reposar un ratito fuera del fuego antes de comer.
* Nota: si quieren una alternativa algo más contundente, echen un vistazo a nuestra receta de Alubias de Tolosa con costillas.